martes, 23 de abril de 2013

La Patria es el Otro; Terremoto de San Juan - Operativo Dorrego


La reciente inundación ocurrida en la ciudad de La Plata disparó la inmediata solidaridad de todo el pueblo argentino, y muy especialmente el trabajo de los militantes, cuyo rol en la logística fue indispensable para entregar las donaciones a los damnificados.

Se trató, por su envergadura, de un evento histórico, con pocos precedentes en la historia argentina –más exactamente, con dos: el que encabezó en 1944 Juan Perón con motivo del terremoto de San Juan, y el que organizó en 1973 la Juventud Peronista, conjuntamente con el Ejército, para colaborar con los afectados por inundaciones en la Provincia de Buenos Aires.

El terremoto de San Juan


El 16 de enero de 1944, a las 8 de la mañana, un terremoto sacudió a la ciudad de San Juan. En pocos minutos la ciudad quedó bajo escombros: el 80% de los edificios y las casas se desplomaron. Se calcula que murieron cerca de 10.000 personas. El desastre fue total, y no solamente por los daños producidos: la magnitud de la tragedia también reveló un marco social de pobreza extendida, mínimos servicios sociales y un Estado sin ninguna tradición de asistencia a los más necesitados.

Por aquel entonces, Perón se desempeñaba en la Secretaría de Trabajo y Previsión. Su constante prédica en favor de la clase obrera ya estaba pasando a los hechos; se trataba, indudablemente, de una figura ascendente. Al día siguiente del terremoto, conmocionado pero ágil, Perón comienza una intensa campaña solidaria para llevar ayuda a los damnificados. La provincia cuyana se hallaba lejos de los centros urbanos más grandes del país; sin embargo, la tragedia logró repercutir fuertemente en la conciencia de todos los ciudadanos gracias a la radio, que era el medio de comunicación masivo más moderno y abarcativo del momento. El mismo día del terremoto, cerca del mediodía, Perón habló desde la Red Argentina de Radiodifusión: “Se hace necesario ahora la colaboración del pueblo argentino, que reclamo en estos momentos y que descuento se concretará en los cuatro puntos cardinales”. Desde la Secretaría, Perón convocó a los artistas más reconocidos de aquel tiempo para que se involucraran en la tarea solidaria y comenzaran una campaña de nacional de recolección de dinero, ropa y alimentos para enviar a San Juan.

La tarea no era sencilla. San Juan era una provincia extremadamente pobre, y su infraestructura estatal resultaba paupérrima. Las instituciones provinciales colapsaron junto al terremoto: el gobierno local atinó a liberar a los presos para que ayuden en las tareas de auxilio, la gente fue evacuada de forma improvisada –por lo que muchas familias fueron abruptamente separadas– y los heridos tenían que ser atendidos en otras provincias, todo lo cual obstaculizaba terriblemente las tareas de rescate y ayuda. Para dar una idea de la tragedia, un dato: muchos niños huérfanos terminaron “anotados” como hijos por familias de distintos lugares del país, dado que, en aquel momento, aún no existía un régimen de adopción (de hecho, la primera ley de adopción fue sancionada durante el primer gobierno de Perón, teniendo a la tragedia de San Juan como caso testigo).

Perón tenía en ese momento el rango de un mero Secretario de Estado. No obstante, en muy poco tiempo logró un gran involucramiento de la sociedad argentina: desde los comercios hasta los sindicatos, los clubes barriales, las asociaciones de inmigrantes, todos aportaron algo (incluso el hipódromo de Buenos Aires donó un día de su recaudación para la causa). La convocatoria a los artistas dio lugar a un gran acto en el Luna Park el día 22 de enero; esa noche, Perón conoció a Evita, quien estaba fuertemente comprometida en las tareas de recolección de donaciones para los sanjuaninos. No es un dato de color: Evita no era aún “la abanderada de los humildes”, y Perón no era todavía “el primer trabajador”, pero se comportaban como tales y se conocieron ayudando al pueblo.

Esta ayuda directa al pueblo no se confundía con la tan conocida “beneficencia”, a cuya práctica se abandonaban tradicionalmente las mujeres de la aristocracia. A diferencia de otros dirigentes, Perón revalorizaba el rol político del pueblo como el verdadero protagonista de la solidaridad con las víctimas. Para Perón no se trataba de derramar pertenencias fuera de uso sobre una ciudad devastada. En una primera etapa y mientras durara la emergencia, los sanjuaninos debían ser asistidos con todo vigor; pero en una segunda etapa, la ayuda circunstancial debía convertirse en política social de un Estado inclinado hacia los sectores populares. Ya en el gobierno, después del triunfo en 1946, Perón creará el Consejo de Reconstrucción Nacional, que tendrá la tarea de levantar casi desde cero a la ciudad de San Juan. Y se iba a lograr: San Juan fue reconstruida desde sus ruinas, con miles de casas, escuelas, hospitales y edificios públicos. La Fundación Eva Perón tendría también una tarea relevante, adjudicando viviendas de calidad para las familias trabajadoras sanjuaninas durante los años posteriores.

El terremoto de San Juan constituyó un punto de quiebre en la sociedad argentina; para muchos, fue también un momento clave en la génesis del peronismo –no solamente porque la organización de la ayuda solidaria le permitió a Perón catapultarse al centro de la escena nacional, sino también porque la magnitud de la destrucción reveló, como un fogonazo, cuál era la verdadera Argentina que existía fuera de Buenos Aires y que la característica ceguera de los sectores dominantes no había llegado a percibir: bolsones de pobreza, precariedad arquitectónica casi total, nulo desarrollo urbano, necesidades básicas nunca satisfechas, en suma, un pueblo sometido y sufriente al que jamás nadie le había dado nada. El liderazgo de Perón recibió un formidable espaldarazo como consecuencia de su incesante labor en la ayuda a los sanjuaninos, pero esta ayuda no quedó en eso: se convirtió en una política, en una filosofía, en una forma de entender la relación con los demás. En los días aciagos del verano de 1944, la Patria era el prójimo, y el prójimo eran los sanjuaninos. Esta visión de Perón orientó su práctica y contribuyó en el nacimiento de lo que hoy llamamos, seguiremos llamando siempre peronismo.

Operativo Dorrego

El 5 de octubre de 1973, a días de la asunción del tercer mandato de Perón, la Juventud Peronista y el Ejército lanzan en forma conjunta el “Operativo Dorrego de Reconstrucción Nacional”. El objetivo era trabajar conjuntamente para la recuperación de zonas afectadas por las inundaciones. Había habido significativas pérdidas: miles de hectáreas echadas a perder por la lluvia (que según los cálculos optimistas tardarían cinco años en recuperar la productividad) y barrios destruidos que debían ser reconstruidos y hasta relocalizados (dado que el agua estaba estancada y sólo se escurriría con el paso del tiempo). Para peor, los terrenos más afectados eran los de viviendas; los grandes latifundistas estaban en zonas con altura, con lo cual hasta se veían beneficiados por la inundación, ya que la abundante agua les suministraba pastura para sus animales. El trabajo se concentró en la franja oeste de la provincia de Buenos Aires, en las ciudades de Bragado, 9 de Julio, 25 de Mayo y Saladillo, Pehuajó, Carlos Casales, Bolívar y Gral Alvear, Junín, Gral Viamonte, Lincoln y Gral Pinto, Carlos Tejedor y Trenque Lauquen.

Del operativo (que duró desde el 5 hasta el 23 de octubre) participaron 800 militantes y 5000 militares. Unos y otros compartían las tareas de refacción en hospitales, escuelas y rutas. Realizaron trabajos en conjunto para la apertura de caminos, el cavado de zanjas, el mejoramiento de escuelas. Terminadas las jornadas de trabajo, alrededor de fogones, las voces de la militancia y la suboficialidad se entremezclaban cantando la Marcha Peronista. Compartían además otro rasgo clave, la juventud. Pero además de la ayuda concreta sobre los terrenos anegados, el operativo estaba orientado a  reconstruir lazos sociales luego de un largo período de separación entre las Fuerzas Armadas y sociedad, producto del golpe de Estado de 1955. Desde entonces, las fuerzas armadas (y particularmente el Ejército) habían intervenido en política sólo para defender los intereses de la oligarquía. Los ejemplos eran numerosos, quizá demasiado: después del golpe contra Perón, vendrían los fusilamientos de José León Suárez en 1956, la represión durante el Cordobazo en el 69, la masacre de Trelew en el 72.

Atento estos precedentes, un sector joven de la oficialidad consideraba que los hábitos de las fuerzas armadas debían modificarse y ponerse a tono con la democracia que encabezaba Héctor Cámpora. Dentro de ese grupo se encontraba el Teniente General Carcagno y sus oficiales del Estado Mayor. La elección del nombre (“Operativo Dorrego”) buscaba ser una síntesis que interpelara tanto a aquellos sectores del ejército con perfil nacionalista como a una juventud con una visión revisionista y popular de la historia. El nexo político entre el ejército y la juventud fue el flamante gobernador de la provincia de Buenos Aires, Oscar Raúl Bidegain (quien un año después debería renunciar a su cargo, atacado por López Rega, amenazado de muerte por la triple A y finalmente exiliado durante la dictadura). Sin embargo, más allá del clima de recuperación democrática de esos días, la formación de los militares estaba imbuida de un pensamiento reaccionario, producto del rol que las fuerzas armadas habían cumplido hasta ese momento. Los militares de alto rango, que provenían de sectores acomodados, miraban con profunda desaprobación las tareas sociales emprendidas durante aquellos días. Por el contrario (sin tampoco crear una imagen idílica) existió una mayor sintonía entre los militares de menor rango y la juventud militante, en tanto que tenían un origen social popular, alimentados en la tradición histórica del peronismo.

El recuerdo del Operativo Dorrego quedó sepultado a partir de 1976, cuando el Ejército llevó nuevamente adelante el rol de la represión en defensa de los intereses de la oligarquía. Es lógico: el operativo del 73 simbolizaba (o mejor dicho: invocaba) una Argentina diferente, en donde las fuerzas armadas no utilizaban la logística militar para asesinar a sus compatriotas, sino para ayudarlos conjuntamente con la juventud organizada. A la luz de la enormidad del genocidio cometido tres años después por los militares, el Operativo Dorrego apareció, durante mucho tiempo, como una utopía en el peor sentido del término –como un intento ingenuo y absolutamente ilusorio de hermanar dos enemigos jurados, cuya “solidaridad” se evaporaría una vez concluidas las tareas de ayuda. Sin embargo, la perspectiva histórica permite reabrir esa interpretación “cerrada”: cuarenta años después, después de los juicios por delitos de lesa humanidad iniciados por Néstor, la juventud politizada une esfuerzos con las fuerzas armadas para ayudar a los damnificados por inundaciones en La Plata, y el operativo funciona sin problemas. Naturalmente, esto sólo es posible en otro país –una Argentina que ya lleva varias décadas de democracia y en la que el pueblo vuelve a tener un Estado que lo defiende frente al poder fáctico de las corporaciones económicas.


Los sucesos vividos estos últimos días en La Plata ofrecieron una muestra de lo que es capaz  la militancia: miles de jóvenes organizados sintieron como propia la desgracia de los demás y sacrificaron lo individual para calmar el dolor y la tristeza de un colectivo, el de los platenses, sin especulaciones ni cálculos, de manera inmediata y acorde a la urgencia; cualquiera que haya estado en la Facultad de Periodismo de La Plata (sede central desde la cual se organizó la ayuda) pudo ver compañeros sin dormir, cargando mercadería y clasificando ropa, organizando la salida de los camiones, partiendo hacia los barrios y escuchando a los vecinos, todo esto sin importar el horario, el escalafón ni los cargos –todos trabajando codo a codo, desde las ocho de la mañana hasta las doce de la noche y a veces más, comportándose como un solo brazo extendido hacia el pueblo. La divisa que Cristina viene repitiendo en sus últimos discursos dice que la Patria es el otro, y el gigantesco operativo que la militancia montó en La Plata es la encarnación directa de ese concepto: desde el militante más experimentado al más nuevo, todos se comportaron como sujetos históricos, porque se entregaron enteros en el momento clave. En el esfuerzo enorme de la militancia de estos días resonó el trabajo infinito de Perón en 1944 y el sudor de los compañeros de la Juventud Peronista durante el Operativo Dorrego: también en esos casos la Patria eran los demás, y socorrerlos era, por consiguiente, una tarea patriótica en sentido estricto. Es difícil estimar hoy las repercusiones de la militancia en La Plata, pero sin dudas se trata de un hecho digno de la historia, de la mejor historia de este país.




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